A sólo unas horas en coche o en tren
saliendo de las mayores metrópolis, ya están ustedes en un mundo completamente
diferente: imagínense en un paisaje campestre donde les bastaría con darse la
vuelta para descubrir la frondosidad de la vegetación que cubre pendientes y
cimas. ¿Les apetecería visitar una pequeña comunidad oculta en las montañas más
lejanas o un pueblo de pescadores al borde del mar? Una caminata por la campiña
les puede hacer que se sientan feliz, muy especialmente si para ustedes viajar
significa alejarse de todos los lugares conocidos y adentrarse en un mundo aún
desconocido deseando descubrir a las personas dentro de su propio entorno.
El cultivo del arroz se introdujo en Japón
hace más de 2 000 años. Desde entonces, por supuesto, la sociedad y la
industria japonesa han evolucionado mucho, pero la ricicultura siempre ha
ocupado un lugar esencial. Cuando llega el verano, las plántulas de arroz, en
líneas bien dispuestas en los campos rebasados de agua, iluminan los arrozales
con su suave luz verde. Llegado el otoño, los campos se secan y se convierten
en tapices dorados a medida que la cosecha madura. En todo el país surgen
abundantes esos paisajes que evocan con nostalgia un antiguo Japón.
Los campos ofrecen a Japón abundancia de
arroz, entre otros cultivos, y el archipiélago goza asimismo de las riquezas
que el mar y las montañas le brindan. Los festivales locales, las artes de la
escena y la artesanía, sin hablar de la gastronomía de la que cada sabor tiene
algo nuevo, se aúnan invitándoles a vivir una experiencia impresionante y
verdaderamente inolvidable. Y lo que les conmoverá, por encima de todo, será
esa sincera hospitalidad que irán encontrando por todas partes.
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